El ser humano.

"El ser humano se adapta a todo. Supera el dolor, cierra historias, empieza de nuevo, olvida, hasta que consigue sofocar las más grandes pasiones. Pero a veces basta con nada para comprender que esa puerta nunca se cerró con llave."

jueves, 18 de agosto de 2011

Cuando el mundo no conocía la maldad. Libro: Ópalo.

Cuando el mundo era tan joven que desconocía la maldad, los dioses, aburridos de su eterna calma, decidieron crear a las dos ninfas. Una era la hija del fuego y de la tierra: la otra, del aire y del agua. Tan hermosas como los elementos, erráticas y despreocupadas, vagaban por el mundo entre risas, juegos y bromas. Se querrían como si ambas fueran la mitad de un todo. Una tenía el rostro lunar, la otra del color del fuego cuando despierta; a la primera, la hija del aire y del agua, le gustaba adentrarse en los lagos y fundirse con las corrientes: a la otra la divertía jugar con la tierra. De este modo pasaron las edades y habrían seguido unidas y felices el resto de la eternidad si la hija del fuego no hubiera descubierto el placer de sus manos dando forma a figuras creadas a semejanza de su hermosa divinidad.
A veces, los inmortales padecen de caprichosos infantiles.
Modelando el barro descubrió que el fuego escondido en su corazón secaba las figuras y las dejaba hermosa, casi vivas. La ninfa lunar comenzó a preocuparse seriamente la mañana en la que su hermana decidió reproducir con sus manos figuras tan similares a ellas que parecían retratos perfectos.
-Mira, hermana, se parecen tanto a nosotras y son tan hermosas...Si pudiera dotarlas de movimientos y de voz...
-Para eso necesitarían estar vivas. Y la vida tan sólo la conceden los Dioses.
La ninja del Fuego y de la Tierra dio vueltas al asunto durante días y noches. Por primera vez desde que fueran creadas, las dos hermanas no compartían sus pensamientos: una buscaba el modo de solicitar a los dioses el privilegio de la vida para sus figuras; la otra vigilaba el silencio de la hermana viendo en las figuras un peligrsos veneno capaz incluso de quebrar el hechizo de su amistad y cariño. Silenciosamente, se dibujó una fisura entre el espíritu que las unía. La grieta por donde salta un volcán nace siendo apenas una filigrana.
Un día, la ninfa ceramista encontró el valor para dirigirse a la casa de los dioses y solicitar la prerrogativa de la vida para sus inertes criaturas. No le resultó fácil, pero finalmente cedieron y le concedieron tan extravagante capricho.
Los dioses atienden a los deseos para jugar con sus secuelas en el corazón.
-Te bastará con soplar y poner nombre a tu creación, entonces la vida fluirá por su cuerpo como un río imparable...Antes de aceptar alegremente, piensa en las consecuencias de tu capricho.
-¿Qué consecuencias?
-¿Acaso crees que tu hermana permanecerá indiferente ante esas criaturas?
-Se las ofrendaré y pertenecerán a las dos.
-Cuando se regala el don de la vida a la materia, está deja de pertenecernos pequeña; la vida se pertenece a sí misma...Y causa dolor a su creador. Eso lo sabe bien tu hermana, que ha heredado el corazón del aire y agua: por el contrario, la tierra y el fuego componen tu esencia y eso te ha dotado de una pasión diferente.
-Seguro que no habrá problemas.
-Bien, tu has forjado tu propio laberinto y tú has de encontrar la salida.
A la ninfa de rostro solar le parecieron aquellas recomendaciones un escaso precio a pagar por el regalo de los dioses, así que, féliz con su nuevo don, dedicó días y noches a crear hermosas figuras con rostros con rostros y cuerpos diferentes, tantas como para llenar los valles y los campos. Después, cuando consideró que el mundo ya estaba bien poblado de hermosos seres, fue regalándoles el río de la vida uno a uno.
Los antiguos aseguran que así fuimos engendrados los seres humanos: soñados por la pasión de una ninfa, felices e inocentes; vigilados por los fríos celos de la hermana.
Cuando en cada rincón del mundo se pobló de risas y palabras, la profecía de los dioses se hizo patente una madruga en la que la ninfa de Aire y Agua sopló sobre una de aquellas figuras hasta helar el río de vida que fluía en su interior. La primera muerte.
-¿Qué has hecho hermana? ¿Acaso no podíamos compartir ambas la felicidad de tan hermosa creación?
-¿Quién te crees tú para pervertir un mundo que nos fue regalado en exclusiva, poblándolo con las estúpidas vidas de tus figuras?
-¿Acaso no soportas su alegría? Nada te roban...
-Tanto como ni puedes imaginar...Tu atención, por ejemplo.
La pelea entre ambas se prolongo durante varios días. los dioses asistían al combate sin intervenir mientras las figurillas ahora vivas y conscientes, padecían, asustadas e impotentes a las secuelas de aquel combate que desbordaba los ríos, subía las mareas hasta anegar a sus casas, hacia brotar fuego a través de alguna boca de montaña, quebraba la tierra hasta tragarse todo cuanto encontraba o los espantaba de forma de vientos imposibles. Cuando ambas hermanas fijaron una tregua, la ninfa de Fuego y Tierra contempló, desolada, el desastre ocasionado por tan largo combate: la mayor parte de sus hermosas y queridas figuras no lo había soportado y yacían, quebradas para siempre, allá donde había sido sorprendidas por el fuego, los huracanes, las inundaciones o los terremotos.
-¡Por favor, hermana, devuelve a la vida a mis figuras!
-No puedo, aun cuando lo deseara, lo que ha muerto no puede regresar a la vida.
-¿Por qué?
-Porque existen leyes por encima de nosotras y lugares de donde no se debe regresar.
La ninfa de Fuego y Tierra comprendió el dolor de su hermana: en sus actos no había maldad, tan sólo la misma pasión que, manifestada por ella, dotaba la vida de sus figuras, pero se convertía en muerte cuando brotaba del interior de la otra.
-Hemos de llegar a un acuerdo, hermana.
-Si ha de haber vida sobre la Tierra, tendrá que ir acompañada de la muerte porque solo los dioses corresponde a la eternidad.
-Entonces, concedamos a las figuras capacidad para reproducirse sin que intervenga la otra cosa que su propio deseo. Es justo que sean ellas quienes decidan si aceptan el destino de desaparecer. Después, tú elegirás, entre los vivos, la cuota muerte que tranquilice tu espíritu.
-De acuerdo.
-Tan sólo dos cosas más: la primera, que respetarás a quien, de entre los elegidos, aún tenga destino por cumplir, y dos, yo permaneceré vigilando la vida.
-Buscaré un nuevo hogar.
De este modo, con dolor y asumiendo destinos divergentes, la vida y la muerte se separaron sin poder olvidarse, sin poder prescindir de la una de la otra. La ninfa del Aire y Agua buscó refugio en la luna porque desde ella aún podía contemplar a su amada hermana; y la ninfa de Fuego y Tierra vigila cada noche la blancura lunar, recordando el amado rostro de su hermana exiliada, cuidando de la fragilidad de la vida. Ambas cumplieron lo pactado. Por eso, cuando los hilos de platan caen desde la luna hasta el corazón de alguno de los mortales, antes de cercanar totalmente los latidos de su corazón y helar sus venas, la ninfa del Aire y Agua averigua si ha cumplido su destino. Jamás rompió la promesa pactada con la hermana.
La vida llora cada una de sus figuras perdidas, pero sus lágrimas intentan ser su consuelo para quienes continúan sintiendo el río de su vida correteando por su cuerpo de barro y magia. Nunca intentó contradecir la pasión lunar de su amada hermana.


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